HANNA Y YO
Hanna y yo nos lo pasábamos genial hincando zanahorias entre la hierba aquellos hermosos días de sol. También nos gustaba coger habas, porque el padre de Hanna, Herminio, un hombre habilidoso y honesto que siempre llevaba su hacha encima, se le daba de maravilla subir por la gruesa hiedra del deshabitado hotel para hallar siempre toda una plantación de habas en una de las mohosas habitaciones donde años atrás decenas de personas atendían con hospitalidad a los malhumorados huéspedes y habitantes del humilde pueblo.
También había higueras, y la pequeña
Hanna se lanzaba histérica hacia los hinchados higos como si fueran
helados.
Tras esas pequeñas pero grandes
excursiones para nosotras, hacíamos una humilde merendola, mientras
las húmedas hojas caían sobre los helechos.
Comíamos huevos
hervidos, horchata, y habichuelas, y, de postre, humeantes bollos
recién horneados con harina, mientras las hormigas devoraban
hambrientas las migajas del suelo.
Al acabar, nos tumbábamos en la tierra
y mirábamos las nubes con forma de hipopótamo. Era entonces cuando
nos acordábamos de Ainhoa, la humorista que heredó de su difunto
hermano una gran fortuna, y se fugó a Huelma.
La intensa humareda
del habano de Herminio nos nublaba la vista, y, sin que él se diera
cuenta, nos alejábamos hacia el bosque, donde espiábamos la
herrería de Héctor, el pequeño hidalgo por el que suspirábamos
entonces.
Allí estabamos rodeadas y cubridas por los enormes
matorrales de hierbabuena y hierbaluisa, mientras masticábamos con
ansia los milhojas que minutos antes habíamos escondido entre
nuestros harapos.
Estabámos coladitas por los huesos del
chaval, aunque era un poco malhablado. Él hablaba de nosotras muy
mal, siempre nos decía que éramos horrorosas, y, siempre que nos
descubría cerca de él, alzaba su hoz hábilmente hasta nuestra
cara.
Aunque ese feo gesto le costó caro,
porque en uno de esos hachazos se hizo un gran corte en el hombro con
el afilado hierro de su hoz, y quedó gravemente herido. Suerte que
el herrero estaba allí y llamó al hospital más cercano. Antes de
que se desangrara llegó volando un gran helicóptero y quedó
hospitalizado.
Desde ese momento no volvimos a
acercarnos a Héctor....
Años después, la vida de Hanna
empeoró. Sus problemas con hacienda y con la hipoteca les dejaron
casi pobres. Herminio siguió fumando habanos, bebiendo alcohol
desenfrenadamente y hurtando a los humildes habitantes del pueblo de
Huesa.
Tiempo después mi amiga halló a su padre ahorcado en una
higuera, en el mohoso hotel deshabitado. Posteriormente, Helena, la
hermana de Herminio, vino y se llevó a Hanna a Huelva, a muchos
hectómetros lejos de mí. Hice un esfuerzo sobrehumano para no
derrumbarme, pues el hueco que dejó Hanna en mi corazón no lo
ocuparía ni la humanidad entera. También sentí pena por mi mejor
amiga, pues se había convertido en una huérfana tanto de padre como
de madre. No la volví a ver más.
Tres años después me enteré de que
mi prácticamente hermana había muerto de una fortísima hepatitis
C.
Ahora han pasado quince años. Tengo
una hija llamada Hanna y puedo sobrevivir gracias al hogar de mi
hermana Hilda.
Pero, hoy por hoy, la huella de Hanna huele a hierbaluisa e higos y jamás huirá de mí como los aros de humo del habano de Herminio.
Pero, hoy por hoy, la huella de Hanna huele a hierbaluisa e higos y jamás huirá de mí como los aros de humo del habano de Herminio.
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