En la clase de quinto, estamos leyendo un libro llamado "El amuleto Yoruba". En el capítulo del purgatorio, que es por donde vamos, cuenta como el director les regaña a el protagonista y a otro compañero por liarla en el recreo, pero yo lo contaré de otra forma:
EL PURGATORIO
Ogbi Ugbú sabía que se había metido en problemas, pero en contra de su voluntad. Si se hubiera parado a pensar en lo que hacía, no lo hubiera hecho.
El director estaba preocupado y nervioso, otra vez más, Rodríguez había causado el gran revuelo, aunque junto a otros compañeros. Su mirada se clavó en la del niño negro. Los ojos claros del profesor proyectaban su inquietud. La verdad era que no se esperaba eso del chaval. Comenzó a pronunciar las palabras que ya había repetido una y otra vez. Por su parte, Ogbi escuchaba el discurso. No paraba de frotarse sus sudorosas manos. Sus piernas, cruzadas entre sí por el cansancio, no cesaban de temblequear para ahogar su nervio. Su mirada se perdía hacia un rincón de aquella habitación.
Rodríguez, con la cabeza gacha, dirigía sus pupilas color castaño de un lado para otro entre aquellas paredes descarcochadas por el tiempo, intentaba disimular y sacar al exterior su papel de actor, e interpretar el pesonaje de niño bueno. Las gotas de sudor caían de su ancha frente, como pájaros voladores, para después posarse y hundirse sobre la tela de aquel pantalón de chándal que cubrían las delgadas piernas del niño. El hombre se dirigió hacia Ogbi Ugbu. Sus miradas se encontraron entre la tensión que penetraba entre ellos. Sus labios se acercaron al oído del chico, y susurraron con voz curiosa una pregunta:
- ¿Por qué lo has hecho?
A lo que Ogbi no supo contestar. La verdadera realidad es que sus intenciones no eran las de hacer daño a alguien, sino al contrario. Él no pretendía meterse en líos. Pero sus carnosos labios no eran capaces de explicar auqello, no de gesticular las palabras adecuadas para contarlo. No querian contestar a aquella interrogación delante del enemigo. No quería llegar a aquello.
Rodríguez ya se consideraba fuera del caso, gracias a su actuación, no quería que el profesor se comunicara con su padre y le contara lo ocurrido, no solo lo de esta semana si no también las otras dos trastadas que había elaborado. Porque las consecuencias serían terribles: no le dejarían jugar la final del partido de fútbol. Pero el director ya estaba cansado y bastante furioso.
Pero la descarga de una ración de regañina de aquel hombre le pilló desprevenido. Su cabreo de cansancio de todas aquellas tonterías que siempre acababan mal era una tormenta tropical ante el travieso niño.
Pero Rodríguez ya sabía como actuar: asentir con la cabeza dándole siempre la razón al director o guardar silencio. Y así es como lo hacía, porque si no le caería un buen castigo, a parte del que ya tenía claro: quedarse sin recreo un mes con su hermano, que también estaba en presencia del aquella regañina.
Y allí acabó el discurso, una vez más repetido para que después Rodríguez hiciera lo que le diera la gana.
Aunque esta vez el niño pareció arrepentirse, subía las escaleras de vuelta a clase con la lentitud de un caracol, y con la cabeza gacha.
El bedel acompañó a Ogbi hasta su aula, tenía una pinta muy extraña: vestía un mono azul, desgastado, las mangas le llegaban hasta en codo. Era alto y corpulento e iba encorvado como una garrota. Una peculiaridad de él es que llevaba un calcetín de cada color: uno azul y otro rojo, respecto de lo que el conserje le confesó que no distinguía ambos colores de cada calcetín. Antes de llegar, el hombre le ofreció al niño una chuchería, la cual este rechazó. Pero el bedel insistió y la colocó en la palma de su mano."
Así describo yo este capítulo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario